No solamente la discriminación racial les
persigue, ahora también el temor de no tener un documento de identidad
que les garantice seguridad en un país al que por nacimiento no
pertenecen. Esta es la situación de nacionales haitianos que residen en
bateyes del municipio de Consuelo, ubicado a unos 12 kilómetros de San
Pedro de Macorís, en el Este del país.
Con la discriminación se
puede vivir. Ese prejuicio racial por razones de color de piel está
intrínseco en la sociedad dominicana, por cuestiones históricas más que
obvias. ¿Sin identidad? No, implicaría vivir en constante miedo.
Tener
un pasaporte supone estar acreditado por parte de las autoridades
correspondientes de un país para viajar al extranjero. El pasaporte es
la identidad de estos inmigrantes, quienes lo adquieren en el Centro de
Atención Jesús Peregrino, a través de la Embajada de Haití.
Aunque
al escuchar la palabra pasaporte, por defecto, las personas suelen
remontarse a un viaje al exterior, para inmigrantes haitianos que
residen en los bateyes del municipio de Consuelo, dista mucho ese
parecer. Y es que para ellos, tener un nombre y un apellido que avalen
su existencia ya es suficiente.
En lo que va de año, el Centro de
Atención Jesús Peregrino, ubicado en Consuelo y levantado por la
Asociación Scalabriniana (Ascala) en el país, ha dotado a 2,010
nacionales haitianos de pasaporte (haitiano). A primera impresión esto
significaría una esperanza de regresar al país que los vio nacer y
reencontrarse después de largos años con sus familiares. Pero no es así.
Sus salarios no alcanzan para bien comer y el visado conlleva un pago,
que si bien no es alto para muchos, para ellos es una fortuna, sin
contar el costo del pasaje ida y vuelta.
El Centro de Atención
Jesús Peregrino ayuda a los inmigrantes haitianos en procesos de
documentación (actas de nacimiento y pasaporte). La directora de la
entidad sin fines de lucro, Idalina Bordignon, cuenta que hace 20 años
trabajaban como iglesia, organizando a través de las parroquias comités
que atendían las necesidades en los bateyes. Se trata de un grupo de
religiosas scalabrinianas, cuya misión es ayudar a este segmento. A
través de las parroquias empezaron a crear conciencia de la realidad de
los bateyes, pero más adelante sintieron la necesidad de erigir un
centro para atender de manera personalizada a nacionales haitianos sin
documentos. Es por ello, que a sus diez años en el país optaron por
levantar el centro, donde ofrecen una atención continua a los
inmigrantes y, planifican proyectos a largo plazo.
Con la
colaboración de la Unión Europea (UE), Justa Alegría (organización
española), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR) y el Ayuntamiento de Málaga, España, -entidades que
según Bordignon se sensibilizaron a raíz del terremoto de Haití en 2010-
este año 2,010 nacionales haitianos fueron beneficiados de una
"identidad" (pasaporte).
Aunque para algunos podría significar un
alivio por razones de seguridad ante las autoridades policiales
dominicana, como haitianos afirman: "El pasaporte no le sirve mucho a un
haitiano aquí… pero le da mucha seguridad", expresa Bordignon. Sin
dudas, más que una oportunidad de viaje a su país natal, el pasaporte
para los nacionales haitianos es sinónimo de identidad y seguridad. Al
menos, los pocos que han viajado "se trasladan y regresan y la policía
no puede molestarlos porque tienen visa".
Bordignon narra que los
haitianos sin pasaporte- porque no tienen ningún otro documento que
haga constar que existen- no pueden declarar a sus hijos. Es útil para
adquirir la paternidad. El pasaporte les ofrece una identidad "real". Y
es que para conseguir trabajo no es de mucho provecho, o más bien no
funciona. Para laborar sólo hay que estar dispuesto a ejecutar trabajos
forzosos, llámese construcción o corte de caña, además de cumplir las
condiciones de los empleadores, entre ellas, el paupérrimo salario
quincenal que brindan.
¿Indigentes? Bueno… aquellos que viven en
bateyes de Consuelo sí, pero conformes. En el último de los casos hasta
felices. Esa es la sensación que se percibe cuando entras a sus
viviendas y hablas con ellos. Se han adaptado a un ritmo de vida
"mísero", que quizás, aunque esperan cambiarlo, son conscientes de que
es muy difícil.
Para la hermana scalabriniana "esta es una región
donde miles de jóvenes están destinados a ser delincuentes o
analfabetos o a autosuicidarse, porque están condenados a ser mano de
obra barata, todo "porque el Estado les impide un desarrollo humano
profesional, digno"… "Esa gente tiene que acabar robando, limitarse a
trabajos informales donde no le exijan documentación. Es muy triste,
principalmente en los jóvenes que van a la caña y las mujeres que se
embarazan de doce y catorce años. Entonces el tema de la documentación
se va triplicando…es una realidad difícil", enfatiza con un dejo de
desesperanza.
Hasta la fecha, el pasaporte para los residentes de
Consuelo es una brecha a una "mejor" calidad de vida limitada a "su
existencia" en este país. Bordignon cuestiona esa "calidad" de vida que
llevan los haitianos en los bateyes y asegura que el pasaporte hoy día
para ellos es "más un problema que una ayuda". Y es compresible que sea
una traba. Estas personas no cuentan con los ingresos ni para visa y
mucho menos para renovar. De hacer un primer viaje, como ha pasado con
algunos como Nelson Luigen, no podrían luego costear una renovación.
Llegar
a la vivienda de Nelson es toda una travesía. El camino es un pedregal,
cuyos laterales son cañaverales. Ahí, justamente al final de ese
sendero, se encuentra el Batey Don Juan, donde reside. Aunque el piso de
la casa de este nacional haitiano de 37 años de edad está encaminado a
desaparecer, las acicaladas cortinas color azul cielo disimulan a la
perfección las malogradas planchas de zinc. Su casa, flanqueada por
varias en la misma condición, se ve oscura y apiñada. Se desempeña como
guardián de seguridad de un negocio en las cercanías del batey. Su
esposa no trabaja y sus ingresos ascienden a RD8,000 al mes.
Aletargado
en una silla de madera, evoca el visado que logró hace un tiempo, pero
en este momento no pasa por su mente renovarlo. "Apenas me alcanza para
comer", dice.
De los entrevistados, Nelson es el único a quien le
entregaron el pasaporte en el 2011 y también el único que ha viajado.
Sus ojos dilatados y saltones y sus fuertes músculos denotan aún la
fuerza que desarrolló durante 25 años trabajando en el corte de caña.
Para él, la identidad que le ha aportado el pasaporte se traduce en
quietud. La vida en los bateyes de Consuelo es dura y aunque el centro
significa un aliciente para las penas de los immigrantes, aún es mucho
lo que esta gente necesita.
En el Batey Don Juan también vive
doña Dalila Osias, quien durante dos décadas ha librado una batalla
campal por la falta de recursos. Su esposo se encuentra en Bávaro
"probando suerte a ver qué encuentra" y ella se dedica a cuidar a cinco
de sus ocho hijos. Contraria a la de Nelson, su vivienda es espaciosa y a
la cocina se puede accesar con facilidad. Dalila afirma que el
pasaporte le ha dado seguridad. "Mucho beneficio el pasaporte… porque ya
no tengo miedo… se habla sin miedo", dice. En viajar ni piensa porque
le es "imposible" reunir el dinero.
En el batey AB-4 reside
Elmase Jeune, una doméstica de 35 años, y cuya realidad pretende
esconderse entre plantas de rubros, cultivos que hacen su vida más
llevadera, pues su esposo trabaja sólo medio tiempo cortando caña de
azúcar y los ingresos no dan abasto. Cuenta que tener identidad es bueno
por los maltratos a que están expuestos -los nacionales haitianos- por
parte de las autoridades policiales en RD. "No he podido ir a Haití a
ver a mi familia porque no me alcanza para comer", dice con voz
entrecortada y cabeza baja sosteniendo su pasaporte.
Las
condiciones sórdidas de los bateyes de Consuelo se vislumbran a metros.
No son dominicanos, sí seres humanos, muchos con más de 20 años aquí
tratando de subsistir, o más bien, de no morir.
Bordignon
sugiere que el Estado dominicano reconozca a inmigrantes con décadas
trabajando en el país y cuyos hijos nacieron en RD.
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